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domingo, 12 octubre, 2025

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CHISPAZO/Cerrar un hospital, es atentar contra el corazón del pueblo.

Felipe Guerrero Bojórquez

En Guamúchil, la vida duele. Pero todo indica que eso no le importa a los gobernantes, a pesar de que muchos de ellos, principalmente el gobernador Rubén Rocha, presumen ese municipio como parte de su origen o desarrollo laboral.

Desde agosto, el Hospital General IMSS-Bienestar, el refugio más importante de miles de familias del centro-norte de Sinaloa, fue cerrado con el argumento de que su edificio tenía fallas estructurales. Pero el verdadero colapso no está en los muros, sino en las conciencias de quienes dejaron que la salud pública se desmoronara sin levantar antes un solo ladrillo.

Durante años supieron del problema. Durante años tuvieron tiempo para planear un nuevo hospital, para garantizar que la atención no se suspendiera ni un solo día. Y, sin embargo, hoy el pueblo de Salvador Alvarado se quedó sin urgencias, sin quirófanos, sin esperanza institucional. Y sin una respuesta clara, honesta e inmediata de lo que sigue.

La diputada Paola Gárate Valenzuela lo gritó desde la tribuna del Congreso: “La salud no es un favor, es un derecho.” Y tiene razón. Cerrar un hospital sin ofrecer alternativa alguna no es una decisión técnica: es una condena social. Miles de familias han quedado a la deriva, empujadas a la improvisación y al sufrimiento. De por sí, se padece la falta de medicina, habría que ver ahora cómo cientos de enfermos se las arreglan.

De acuerdo a lo dicho por la diputada Gárate, una mujer murió de dengue hemorrágico porque no hubo insumos, ni hospital, ni Estado. Esa vida no la arrebató un virus, sino la indiferencia. ¿Cuántas más deberán apagarse antes de que alguien escuche?

Si, las autoridades de salud, el gobierno estatal, le anuncian a las familias de Guamúchil que ese nosocomio se construirá, y hasta hablan de una inversión de 450 millones de pesos, solo que hay un pequeño detalle: no hay terreno, no hay proyecto, no hay fecha. Solo discursos huecos, promesas de escritorio y la misma frase anestésica de siempre: “estamos trabajando en ello.” Y de ahí no salen.

Mientras tanto, los enfermos esperan.
Esperan en pasillos saturados del Centro de Salud, en ambulancias de solicitudes saturadas que pecan de deficientes, en clínicas rurales alejadas, sin especialistas y sin farmacias; y otros pacientes postrados en sus casas, pidiéndole al Señor alivio en la oración, con esa fe por delante que reemplaza al médico.

Pero la gente de Guamúchil no pide milagros.
Pide responsabilidad. Pide humanidad. ¿Lo entenderá la autoridad que hasta el momento se ha comportado sumamente insensible y negligente?

Porque cerrar un hospital es atentar contra el corazón del pueblo, y ningún gobierno puede presumir justicia social mientras deja que su gente sufra o muera mientras busca auxilio médico, o mientras trata de cruzar, en la urgencia, en horas de la noche, ese peligroso tramo violento hacia Culiacán.

La salud no es una dádiva ni una promesa electoral: es el pulso mismo de la dignidad humana. Es la piedra angular en la calidad de vida que los gobiernos están obligados a garantizar. Ya jugaron mucho con el verbo cínico de Dinamarca. Ya es hora de ponerse serios.
¡Restablezcan ya el servicio médico y de urgencias en Salvador Alvarado! ¡Restablezcan la vida!

MINI-CHISPAZO
La ciudad de Mazatlán está colapsando. No es alarmismo, es una realidad que hoy se asoma por sus calles en las que las rotas tuberías de aguas negras vomitan porquería y el agua limpia se desparrama inmisericorde sin que nada la contenga. Si. Este sí es un problema histórico que los gobiernos dejaron correr. Los signos son serios y seguir pateando el bote nos puede costar que un día de estos, en el momento menos pensado, el puerto amanezca nadando en su propia mierda.

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