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domingo, 12 octubre, 2025

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Chispazo/El Corral de la Presidenta

Felipe Guerrero Bojórquez
EL CORRAL DE LA PRESIDENTA

En la liturgia del poder todo se planea con exactitud. Nada queda suelto. A cada quien, literal, se les da su lugar; la propia ubicación de las sillas lleva implícito el trato. Ahí está el mensaje, ese que cuando se niega suele ser porque ya se entendió.

Aunque Claudia Sheinbaum insista en que son chismes, que no hubo mensaje político ni segundas lecturas, lo cierto es que la escena habló por sí sola: Aquellos, los de la selfie del pasado 9 de marzo, los que con intención o no la ignoraron, fueron confinados tras las vallas, marginados del cuadro principal, mientras otros invitados de menor relevancia ocuparon la primera fila. En política, la forma es fondo. Y el fondo, casi siempre, es advertencia.

El Zócalo, ese escenario donde históricamente el poder gusta mostrar el músculo, volvió a ser el teatro de los símbolos. En su cierre de gira por el Primer Informe de Gobierno, la presidenta Sheinbaum reunió a gobernadores, funcionarios del primer nivel, ministros, legisladores y fieles de su causa. Pero no todos los líderes del «movimiento” tuvieron el mismo trato: Ricardo Monreal, Adán Augusto López, Manuel Velasco, Luisa María Alcalde y Andy López Beltrán fueron enviados a las sombras del corral metálico, lejos del saludo directo, detrás de otros invitados con menos jerarquía. Esto, por evidente, está muy lejos del chisme y hasta para el más neófito en las lecturas del poder, la conclusión, por elemental, es que los «selfistas» jugaron el papel de apestados.

No faltó el humor forzado para disimular el trago amargo: “Nos encorralaron para no cometer errores”, ironizó Monreal, evocando aquel desaire de marzo cuando, mientras Sheinbaum caminaba rumbo al templete, él y los suyos le daban la espalda tomándose una selfie. El poder no olvida. Y menos cuando ya no ocupa sonreír y andar quedando bien.

Que la presidenta niegue el mensaje solo confirma que existió. Que nadie está incurriendo en inventos. Porque si algo domina el viejo oficio priista —del cual Morena aprendió con maestría— es el arte de comunicar con silencios, con sillas y con vallas. En la planeación del acto donde hay que enseñar el tamaño del puño, el cálculo es fundamental. A nadie se le encierra por descuido. En los rituales del poder, los asientos, la ubicación, forman parte de un mapa, de un escenario que al mismo tiempo indica la importancia política de cada quién. Si ellos merecían el corral, el corral les dieron. Nombre por nombre, cabeza por cabeza. Los mismos de aquella foto. No hubo equivocación. No es ni chisme ni percepción vacía. Es realidad.

Detrás de la anécdota hay un subtexto mayor: la reconfiguración del tablero interno. Sheinbaum, ahora sí dueña del escenario, está delineando quiénes forman parte de su círculo de confianza y quiénes serán figuras decorativas en la narrativa del “legado” reiterado mil veces desde el Zócalo. Adán Augusto, el notario de la lealtad tabasqueña, hoy el «hermano» a punto de ser desconocido; Monreal, el equilibrista que nunca cae pero que ahora ya no asciende; Alcalde, la heredera administrativa del partido; Andy, el hijo que representa la sombra paterna, manchada por los desdibujos. Todos, esta vez, no solo en el corral, sino exhibidos como non gratos en los planes de quien ahora mantiene las riendas del proyecto. Que les quede claro quién manda. ¿Hay otro mensaje más claro que éste?

Queda claro. La negación presidencial no borra el gesto. Lo amplifica. Porque la distancia física entre filas es la distancia política que marca los nuevos tiempos. El “encorralamiento” significa el parteaguas entre el lopezobradorismo residual y el sheinbaumismo en construcción. Una línea metálica separa el pasado inmediato del futuro que se fabrica en Palacio.
En el centralismo inteligente cada movimiento se disfraza de casualidad. Ni el centro, la izquierda o la derecha, escapan a esta tradición histórica de la política en México. Pero hasta el más ingenuo entiende que cuando el poder instala cercas, no es para protegerse de sus enemigos, sino para domesticar a los de dentro.

El corral de la presidenta fue instalado no para que los susodichos se tomaran selfies, sino para que todo mundo les tomara la foto. Así de exhibidos y así de trazado el rumbo del proyecto presidencial de Claudia Sheinbaun, por más que ella se lo endilgue al chisme y hable de ausencia de mensaje.

MINI-CHISPAZO
Si la presidente Sheinbaum habla de honestidad y de combatir la corrupción, entonces MORENA y el gobierno de Sinaloa están obligados a transparentar el enorme gasto que implicó trasladar a miles de personas al mitin de la mandataria en Mazatlán, y recientemente a la CDMX.

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