Felipe Guerrero Bojórquez
LA SOLEDAD DE ROCHA
El gobernador Rubén Rocha es un hombre solo, sin agenda y con gente inservible que lo rodea, cortesanos acostumbrados a hablarle al oído lo que quiere escuchar.
Y es que su soledad no es necesariamente física, sino que se refleja en el aislamiento del resto social, aunque siga rodeado de sus incondicionales, de íntimos, de dóciles que le ayudan a construir un mundo paralelo.
Ellos, los incondicionales, forman parte sustantiva de la degradación del gobierno. Por eso los nombramientos que acaba de anunciar tienen el sello del amiguismo familiar y de las aspiraciones políticas.
La apuesta no es que el gobierno de Rocha se recomponga con profesionales de la administración pública, la apuesta es seguirle de punta con incondicionales que obedezcan y arrastren la firma. Es ésta una de las características de la soledad: demostrar fuerza pública y reforzar la idea autoritaria como ejercicio de poder, mediante purgas que beneficien a su gobierno y no a la sociedad.
Para Maquiavelo los cortesanos aconsejan al príncipe apoyarse más en el miedo que en el amor. Y para Elías Canetti cuando el gobernante se aleja de la masa se encierra en una soledad paranoica. Para Ortega y Gasset la soledad proviene de la imposibilidad de contener la rebelión de las masas. Weber decía que cuando al líder la rutina lo desgasta pierde su magnetismo y, Octavio Paz, en su obra el Ogro Filantrópico (1979), dice que en México el poder se reviste de un paternalismo que, con el tiempo, se convierte en caricatura. Ustedes escojan. O no vamos con todas las definiciones.
Y lo anterior conlleva finalmente , como causa y efecto de la soledad, a la construcción de un mundo aislado de los gobernados, a una especie de terquedad de que ellos, los ciudadanos, no tienen razón y a los que hay que repetirles que «aquí no pasa nada» y que «en Sinaloa se vive perfectamente bien». Es ahí justamente cuando se percibe claramente que el gobernante ya no controla el flujo vital de la política; que su declive está en marcha, aunque no necesariamente de inmediato, pero sí de manera irreversible.
Parte de este fenómeno es que los cortesanos y oportunistas que rodean al gobernante empiezan a tejer salidas y alianzas con el posible sucesor, donde lo involucran y lo desgastan aún más. Y todos aquellos que le adviertan que la estrategia debe estar encaminada a sumar y a ejercer consensos, serán vistos con desconfianza y sospechas. A esos justamente hay que intrigarlos porque son un obstáculo para el proceso sucesorio. Y ya ha estado ocurriendo. Ejemplos sobran en los exalcaldes desaforados.
Cuando la agenda social no es construida desde la oficina del gobernador, dependerá de la agenda externa y éste acudirá a inaugurar congresos, cursos, entrega de reconocimientos, donación de despensas y enseres domésticos y a arrancar sin ton ni son a espacios no planeados y programados, por poner algunos ejemplos. Mucho de esto lo determina la falta de dinero y de gestión; la depencia de otro poder supremo al que se le obedece ciegamente. Es decir, en estos casos la debilidad es evidente y la soledad también, porque el tejido de relaciones que sostenía a su gobierno se le está diluyendo.
En suma la soledad política llega cuando no hay alianzas confiables, de ahí el gabinete de incondicionales. La soledad social se refleja en un relato que no convence a nadie y, si alguna vez hubo seducción, hace rato quedó sepultada por la soberbia de suya terca. Llega un momento en que al gobernante, en su soledad íntima, ni el poder ni sus símbolos le dan sentido a su vida.
Debe ser terrible.