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viernes, 3 octubre, 2025

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Chispazo/Militares: de guardianes de la patria a empleados del régimen

Felipe Guerrero Bojórquez
*Hay una lucha interna por recuperar la dignidad de las Fuerzas Armadas.

A las fuerzas armadas las metieron en camisa de once varas. A los de arriba, generales y coroneles, los pusieron a administrar empresas del Estado, a mover millonarias sumas de dinero con una discrecionalidad que ya quisiera cualquier banquero. A los de abajo, soldados rasos, los redujeron a mano de obra barata, obligados a jornales interminables en las grandes obras del régimen.

En paralelo, almirantes y contralmirantes fueron enviados a las aduanas y puertos, justo donde el huachicol fiscal floreció como nunca en el sexenio de López Obrador. Muchos millones se evaporaron ahí, con nombres y apellidos. Y aunque la narrativa oficial insista en que “unos cuantos no manchan a las instituciones”, lo cierto es que no hablamos de cabos o soldados, sino de mandos con charreteras doradas y medallas de honor, como el exsecretario de La Marina, Rafael Ojeda y sus sobrinos, señalados directamente en esas operaciones turbias.

La descomposición se refleja también en lo simbólico. Basta recordar las barricadas y vehículos incendiados frente al Campo Militar Número 1, en la CDMX: la furia de los normalistas de Ayotzinapa, convencidos de que en la desaparición masiva hubo complicidad militar encubierta por el propio régimen. Con razón o sin razón de los protestantes, el hecho es que los cuarteles pagan el costo de una militarización que terminó por degradar su función y ensanchar redes de impunidad.

Hoy, dentro de los cuarteles, crece un rumor de inconformidad. No es menor: oficiales que denuncian, que filtran documentos, que exhiben a grupos delictivos como La Barredora o las redes de huachicol en puertos. Y, como en toda investigación leal a la norma, o traición a la mafia, las represalias han llegado en forma de “suicidios” inexplicables, ejecuciones discretas o muertes en circunstancias demasiado extrañas como para creer en el azar.

El gobierno de la República ha quedado a deber. Los soldados sienten que los usan como escenografía barata de cartón; de un lado, para aparentar que combaten al crimen; del otro, para enviarles a los cárteles el mensaje de que no habrá fuego real. La orden es clara en no poco de los casos: resistir hasta donde se pueda las ofensas, aguantar los ataques y responder procurando no eliminar, solo detener a los que se dejen porque una buena parte de los civiles armados «huyen». ¿Qué dignidad queda en ser exhibidos los soldados como muro de contención que no puede ni defenderse?

Por eso, desde adentro, crece la exigencia de no ser parte de las componendas de un poder civil que los manipula y degrada. Porque el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea no fueron creados para administrar hoteles, puertos, líneas aéreas y trenes, sino para defender la soberanía del Estado mexicano y garantizar la seguridad de los ciudadanos.

Aun con todo, las fuerzas armadas siguen siendo la institución más sólida de la República. El problema es que hoy libran otra batalla: no contra los enemigos externos, sino contra el sometimiento interno. Una lucha silenciosa por recuperar su dignidad, su misión y su lugar verdadero en la vida nacional.

MINI-CHISPAZO
A inicio de semana, al alcalde de Escuinapa, Dr. Víctor Díaz Simental, le hackearon las cuentas de sus redes sociales. Los «malosos» cibernéticos, a nombre del munícipe, abrieron fuego contra algunos personajes y analistas de Culiacán. Desesperado buscó auxilio, pero mientras eran peras o manzanas y «tumbaban» los contenidos ofensivos, fueron varios los arremetidos. ¿Logró disculparse

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