Ariel González
EL UNIVERSAL
En la mayor parte del siglo XX, especialmente durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, América Latina conoció algunas de las más sanguinarias y brutales dictaduras militares. Se las conoció como gorilatos y dejaron profundas y terribles marcas en la historia política de la región. Trujillo, Batista, Stroessner, Somoza, Pinochet y un sinnúmero de juntas militares forman parte de esta galería del terror. Desde Centroamérica hasta el Cono Sur (México fue una excepción que ciertas franjas de la izquierda no supieron valorar como tal), vieron cómo se cumplía el fatal designio que adelantaba Rubén Darío en un poema dedicado a Cristóbal Colón:
La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.
Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y en las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.
Nicaragua, la patria del gran poeta, sigue siendo fiel reflejo de estas verdades: la encanallada revolución sandinista devino muy pronto franco autoritarismo y más tarde en una cerril dictadura que sigue ostentándose como hija del «pueblo», envileciendo cada palabra que en otras épocas sirvieron para que todos apoyáramos el cambio: libertad, democracia y justicia.
La enfermiza pareja Ortega-Murillo ha encarcelado, torturado y desterrado a miles de opositores, muchos de ellos probados partidarios de la revolución en su momento. Ahora, esta sanguinaria dupla se entretiene haciendo modificaciones a la Constitución que simplemente buscan legitimar de algún modo todas las atrocidades que desde hace años vienen perpetrando. Hacer «legal» la ausencia de libertades es su objetivo. Por ejemplo, según su reforma constitucional se es libre de pensar y expresar lo que se quiera, pero nunca si es en contra del régimen. Con perversidades como esta han rebasado al dictador Somoza en prácticamente todos los sentidos.
Acompañan a Nicaragua «solidariamente» dictaduras como la de Venezuela y Cuba, que durante años han gozado de la simpatía y sostén de otros gobiernos que se autodenominan de izquierda en la región, incluido el mexicano con el partido Morena en el poder. Acabamos de recibir otros 200 médicos cubanos para sostener la farsa, aquí y allá, de que la isla cuenta con un sistema de salud tan excelente que hasta se da el lujo de compartir sus logros con México; y con Venezuela y Nicaragua la diplomacia de la 4T siempre se ofrece como «mediadora» para seguirle dando respiración artificial a sus tiranos.
A pesar de todo, sin embargo, la izquierda democrática ha podido salir adelante en algunos países y se ha conseguido desmarcar suficientemente de las dictaduras que hemos mencionado. Ese es el caso de Chile, gobernado por Gabriel Boric, y tal parece que ese puede ser también el perfil que adoptará el gobierno de Yamandú Orsi, candidato del Frente Amplio que acaba ser electo presidente en unos comicios ejemplares para todo la región.
Baste mencionar dos cosas. El primero en felicitar a Yamandú Orzi (antes de conocer los datos definitivos del conteo electoral) fue el presidente Luis Lacalle, un mandatario que ha jugado un papel muy relevante en la condena hemisférica de las dictaduras, mientras que el mensaje de Orzi no deja lugar a dudas sobre el apego y respeto por la vida democrática que todas las fuerzas políticas, lo mismo de derecha que de izquierda, han conseguido construir en Uruguay: «Voy a ser el presidente que convoque una y otra vez al diálogo nacional… el mensaje no puede ser otro que abrazar el debate de ideas. Así se construye una república democrática. Larga vida a los partidos políticos de Uruguay. Triunfó una vez más el país de la libertad, de la igualdad, también de la fraternidad, que no es nada más ni nada menos que la tolerancia, y el respeto por los demás. Sigamos por ese camino».
La chilena y uruguaya son izquierdas que se sustentan en el respeto a las reglas democráticas, los derechos humanos, la civilidad, la tolerancia y pluralidad, así como en la defensa de los principios básicos de la justicia social, sin afectar libertades ni derechos. Marcan, como puede verse, un contraste muy claro con la supuesta izquierda mexicana, la colombiana y la peronista en Argentina. (Mención aparte merece el caso brasileño, donde Lula juega con cartas marcadas, unas veces apoyando y otras regañando a sus amigos bolivarianos).
Así pues, la izquierda subcontinental se debate entre la reedición de los gorilatos (ahora «progresistas») y la esperanza de la modernidad política. La lección es clara: sólo abrazando las convicciones democráticas y las libertades la izquierda puede tener futuro.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez