DESAPARECIDOS DEL ÚLTIMO DESPLAZAMIENTO INTERNO
Oscar Loza Ochoa
Apareció la realidad con hosca mueca amenazante. Agustín Yañez.
La madeja de la realidad tiene demasiados hilos sueltos. Tantos que medio siglo después no podemos atarlos y empezar la edificación de la paz que anhela y merece esta sociedad. Me refiero al problema de la desaparición forzada de personas. Otros países de América Latina padecieron este flagelo y encontraron la manera de sacudírselo de raíz. Habiendo vivido la tragedia de dictaduras militares, encontraron la manera de jubilarlas y llevar a la cárcel a no pocos de los responsables de someter bajo el peso de las botas y las armas a sus pueblos. Y de paso detener la práctica de la desaparición forzada de personas. ¿Por qué México no ha podido resolver ese penoso problema?
Esta semana viajamos a Guamúchil para entrevistar a una de las familias que se refugiaron en el CBTiS 45 como desplazadas. Forman parte de esa población que los días 28 y 30 de julio pasado vivió la peor pesadilla de sus vidas y que baja de manera atropellada hasta la ciudad de Guamúchil, con las urgencias que impone una crisis de seguridad. Muchas familias hicieron el camino a pie, atravesando montes donde crece el baiburín y las inciertas veredas desaparecen, sin más, en tiempos de lluvias. Y todo el caminante en esas no recomendables circunstancias termina hispiado. Varios de los niños que miré en el albergue el día primero de agosto tenían la huella que deja el picor del ácaro de la flor del baiburín.
El trajín del CBTiS 45 ha cesado o mejor dicho cambio de huéspedes. Hasta el viernes eran pies campesinos los que surcaban por patios, pasillos y aulas. Rostros nerviosos y con ojos de esperanza en que habría una solución pronta y positiva para su problema, se observaban en esa escuela preparatoria, mientras pequeñas figuras infantiles buscaban distraer su tiempo y emplear las inquietudes que les trae esta situación tan especial que viven. Sin alejarse mucho de sus madres y abuelas observan a soldados, guardias nacionales y policías locales. También ven llegar apoyos de vecinos y les llama la atención las mil vueltas de servidores públicos, que nunca terminan sus quehaceres. Ahora esa institución vuelve a la vida académica.
Pero en Guamúchil se queda el impacto que deja el quinto desplazamiento interno de Sinaloa del siglo XXI. Nunca se irán las imágenes de esos centenares de seres humanos que llegaron con lastimados pies y mortificados corazones a pedir solidaridad. Tampoco abandonará a Guamúchil la mala noticia de que seis refugiados en el albergue han desaparecido el 6 de agosto. Un primo que les llamó previamente por teléfono también se ha vuelto humo. Todos nos preguntamos, ¿dónde están Gildardo, Juan Carlos, Cristino, César, Jesús Rosendo, José Rosario y el primo Brandon Noé?
Se presentó denuncia sobre los hechos, pero hasta hoy la familia desconoce si hay avances en la investigación sobre el caso. Ni las fatigas que dejó la diáspora de los días 28 y 30 de julio ni las angustias que se suman a la desaparición de siete personas, abandonan a la familia de estos desaparecidos. Conocemos de cerca casos como este desde el año de 1977 y, humanos al fin, nos impacta profundamente que sigan tomando cuerpo en nuestra geografía. También se repiten otras cosas que la autoridad no ha podido desahijar: la insensibilidad en el trato a los familiares que tienen desaparecidos y el abandono de las carpetas de investigación. No será por falta de elementos en el presente caso.
Y de acuerdo a la información que proporcionan personas que estuvieron en calidad de desplazados en el albergue, hay dos mujeres de las que se desconoce su paradero: Keila Mariana y Teresa, la primera hija del fallecido Mario Alberto “el Calabazas” y la segunda maestra de la comunidad de Bacubirito. Se dice que las dos bajaron a Guamúchil el sábado 29 de julio desde San José de las Delicias. Que estuvieron en la cabecera de Salvador Alvarado y que en el trayecto de regreso a su comunidad desaparecieron. Es otro caso en que la autoridad de procuración de justicia debe trabajar duramente para encontrarlas y que regresen con sus familias.
El trabajo a realizar por la autoridad ante este quinto desplazamiento interno es por partida doble: lo que se tiene que hacer allá en las comunidades que fueron afectadas por las acciones violentas de los días 28 y 29 de julio, tanto en Sinaloa municipio como en Mocorito. El temprano regreso impone hilar con puntadas finas cada detalle para evitar el repunte de acciones que afecten la tranquilidad (sostenida con alfileres ahora). Ojalá que el Ejército mexicano siga presente en las comunidades afectadas y que la Guardia Nacional y Policía Estatal hagan lo mismo. El otro aspecto es cómo atender los saldos que deja esta dolorosa experiencia, sobre todo acá en el valle. El trabajo de la Fiscalía, en primer lugar, no debe sufrir tropezones ni apostarle a que otro problema haga olvidar el presente.
Bien dicen todos los colectivos de familiares con desaparecidos que estos no son sólo de sus familias: los desaparecidos son de todos. De todos nosotros. De toda la sociedad, incluida en ello a la autoridad. Por ello no esperamos menos en el trabajo de investigación que realice la Fiscalía y que en la atención se mire otro comportamiento de la Secretaría del Bienestar y de la misma Secretaría General de Gobierno. Partamos todos de que al regresar los desplazados a sus comunidades de origen no se ha resuelto el problema, pues en las condiciones en que regresan se abre otro y quizá mayor: la difícil paz depende de los grupos que la rompieron, no tanto de la autoridad o la población. Por eso la atención debe caminar sobre otra senda, con otros pasos y con una mirada más aguda y solidaria. Vale.
Twitter @Oscar_Loza